Esas manchas de agua no desaparecerán de tu parabrisas. Bajas el vidrio para que el habitáculo se llene con aire fresco, y respiras hondo para poder guardar cuánto puedas, lo que quepa.
Conduces por una carretera sin indicaciones, y en la ruta hacia tu destino, a cada respiro, el parabrisas se empaña un poco más, y mientras tanto la luz del día disminuye. Hará falta una solución.
Con las luces prendidas, la carretera quizás se te haga más clara. Sigues adelante, pero no logras ver dónde terminará tu ruta. De repente, encuentras un atajo a tu derecha, y sin pensarlo mucho diriges el volante hacia esa dirección. Las condiciones de la carretera ahora se han vuelto pésimas, aun así, aceleras, empujando un poco más el pedal del acelerador, pero todavía no sabes si vas a llegar a tiempo. Sigues yendo a alta velocidad, tratando de alcanzar a alguien, en búsqueda de algo que tenías planeado… Sin embargo, el semáforo se pone en ámbar e instintivamente te paras. En vez de atravesar el cruce, disminuyes la velocidad y decides esperar.
El motor de tu coche se apaga. Silencio alrededor. Pones un poco de música, y te preparas para partir de nuevo.